No me hubiera imaginado que el despropósito que me inculparía como única asesina saldría de mí boca; no justo en el instante en el que M...

Mente elocuente de un crimen absurdo

0:30 Aynoa Morán 2 Comments



No me hubiera imaginado que el despropósito que me inculparía como única asesina saldría de mí boca; no justo en el instante en el que Manuel, mi amado Manuel, se aproximaba por detrás para darme un abrazo, el último que recibiría sin resentimiento. Nunca lo pensé así. Yo lo amaba.

Había pasado una semana desde el incidente, tiempo en el que yo fui su vía de desahogo, su apoyo constante, su pañuelo impermeable, que nunca fallaba cuando necesitara llorar.

Él, como todo niño de la alta sociedad, tenía una nana (también una mamá, pero esta sentía la necesidad de que su hijo fuese vigilado día y noche y por Dios cómo iba a cambiar ese pañal sin dañarse las uñas). Era una señora de mirada cálida que encantaba por ser sus ojos de un azul indefinido, tener arrugas que se le habían acentuado con el pasar de los años y manos envejecidas y callosas, que estaban llenas de anécdotas. Siempre para acompañar su presencia, un atuendo conformado por una pequeña chaqueta roja tejida; el mismo viejo vestido floreado de toda su adultez y esos pequeños mocasines negros. Inspiraba seguridad y familiaridad. Eran estos, elementos que a pesar del tiempo aún mostraban rastros de que en su juventud fue toda una beldad. ¿Quién tendría deseos de lastimar a una mujer así? Alguien sin intenciones previas quizás, al menos yo contra ella no tenía resentimiento alguno.

Al conocerla el preludio de la conversación fue ameno, algunos chistes de Manuel, recuerdos en pañales de él y sus hermanos, recomendaciones para la relación y los gestos de aceptación. Junto a mí la hermana de Manuel, eterna celosa, agarraba fuerte la mano de la nana, como para mostrar pertenencia, y me hacía mohines que probaban la ojeriza indeleble que sentía hacia mí.

A veces pienso que Manuel me tuvo que entender, puesto que era su hermana la que me amenazaba y yo no me podía quedar cruzada de brazos mientras que ella ingeniaba sus infinitas artimañas para que me separara de él. Por eso lo planeé, era el procedimiento perfecto y a demás, solo la haría sufrir por un rato.

Me sentí como toda una estratega. Tuve que sincronizar su llegada al evento familiar, cada paso que diera para que fuese en la dirección correcta, tenía que guiarla hasta mi objetivo. Le ofrecería su bebida favorita: Un cuba libre; pero con un pequeño toque especial dado por una sustancia no perteneciente al producto, claro está. según lo que me dijo el farmacéutico, esta solo haría que se le obstruyese momentáneamente la tráquea; pero que en unos instantes le regresara a la normalidad.

Me asomé para atisbar sus movimientos, vi que ya se encontraba en el lugar de la broma, pero repentinamente, sin si quiera darme tiempo para actuar, la hermana de Manuel salió fulminada de la cocina empujándome para que le abriera el paso hacia la sala. Me volví a asomar e ingresé para recoger la bebida que permanecía intacta. Sumida en desconcierto y preguntándome qué había ido mal, no me di cuenta que la nana de Manuel me seguía hacia la cocina en busca de algo que saciara su sed.

Recuerdo que todo sucedió muy rápido: Sus manos llenas de experiencia cogieron el vaso, un trago largo llenó su boca del líquido que terminaría con su vida frente a mis ojos. Un instante después ya me miraba pidiéndome ayuda, hasta que rendida cayó al piso. Por efecto de mi gran caletre, pero llena de temor di un paso hacia atrás, borré toda evidencia que me delatase y salí despavorida en dirección contraria al lugar de los hechos.

Había muerto en la cocina y agonizado ante mí. Sin embargo puedo (y quiero) decir que no tuve toda la culpa, porque estando consciente le advertí a la mujer que no ingiriera la bebida; Manuel tuvo que haber contrastado mi comportamiento completamente abnegado de la última semana con lo sucedido, yo estuve ahí, y en lo que a mí concierne todo fue accidental.

El día que lo descubrió admití y acepté que fue un error de mi parte el no haber tenido un plan de contingencia que asegurara mi cometido, pero también le prometí que no se repetiría.

Desde ese día Manuel cambió, estaba ofuscado, hablaba sin sentido alguno, sollozaba desesperado; mirándome me penetraba con ese sentimiento de culpa que en toda la semana no se había aparecido por mi mente; ya no podíamos ser felices y me di cuenta en el instante en el que por las noches solo lloraba y me gritaba antes de ir a dormir. Se intensificaron las peleas constantes por su parte, acompañadas con esos ojos llenos de furia; una que nunca conocí, ahora vivía en él. Yo lo amaba. Pero en medio de tanta confusión y tristeza a la que me enfrentó, un domingo en la mañana él se encontró con mi plancha de cabello en la tina. Murió electrocutado, mientras le preparaba el desayuno.

Mi amado Manuel, ayer fue tu penoso entierro, al que me presenté por mostrar urbanidad a tu familia, inclusive a tu hermana, a la que ahora frecuento casi todas las tardes; y a la que le expliqué contrariada tu accidental muerte, que al igual que la de tu querida nana, nadie vio venir.

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La pequeña tenía miedo de salir. La luz del sol la aturdía y hace poco se había dado cuenta de que le gustaba mucho más la lluvia y su hume...

De las otras vidas

0:16 Aynoa Morán 0 Comments

La pequeña tenía miedo de salir. La luz del sol la aturdía y hace poco se había dado cuenta de que le gustaba mucho más la lluvia y su humedad que el calor. Pronto caería la tarde, por lo que decidió esperar quieta. Cuando atisbó el resplandor de la luna, se dispuso a salir; antes de dar el primer paso hacia la calle, fueron las sombras de la vida nocturna las que la espantaron. Esta vez no lloró, pero tuvo que aceptar, que después de aquel terrible suceso en el que perdió su identidad, no volvería a retomar la historia que en algún momento inició.

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