Vivo en Guayaquil, ciudad reconocida por su intenso calor y matadora humedad. Hasta los 18 años me tocó compartir cuarto con una de mis he...

Ventilador

15:24 Aynoa Morán 0 Comments

Vivo en Guayaquil, ciudad reconocida por su intenso calor y matadora humedad. Hasta los 18 años me tocó compartir cuarto con una de mis hermanas, teníamos dos camas, un televisor, una enorme ventana que daba a la cuadra de nuestro barrio y nuestro mejor amigo (sí, antes que el televisor) el ventilador.

Toda la vida tuve un ventilador de techo, de esos que son color café y le dan un aspecto vintage a tu cuarto (parecen haber sido sacados de la casa de tu abuelita), a pesar de que no lo quieras así. Con mi ventilador, aprendí algunas cosas; por ejemplo a ser precavida. Con lo mucho que nos gustaba a mi y a mis hermanas jugar paradas sobre la cama, algunas veces vi cómo las duras y maderadas aspas de mi amigo golpearon sus cabezas y las hicieron llorar como tontas. Yo, aunque soy la más pequeña en estatura de las tres, no volví a pararme sin antes asegurar que mi cabeza quedara lejos y segura.

Aprendí a valorar la limpieza de la casa, puesto que cuando el calor llegaba a un nivel insoportable, no había mejor spot que el piso. Como se convirtió en una costumbre pasar horas echada en él, me preocupaba por mantenerlo reluciente y libre de futuros detonantes de alergias. 
Es que, repito, no hay nada mejor que acostare en el piso; poder sentir cómo tu perro se pone a tu lado, que te pega una esporádica lamida y que se duerme contigo sobre el frío de la cerámica. Te concentras, te concentras tanto en ya no tener calor, que se te despeja la mente; es una ironía muy tonta, pero cierta. 

Aprendí a ser responsable. Siempre que alguna de mis hermanas o yo dejábamos prendido el ventilador cuando nos íbamos del cuarto, mis padres me retaban como si estuviese incendiando la casa. Frases como: “inconsciente”, “no te importa nuestro esfuerzo”, “como tú no recibes las planillas” eran parte del día a día. Luego entre nosotras nos recordábamos apagarlos para evadir el sermón. 

Aprendí a no rendirme nunca y ser recursiva ¿han visto lo inalcanzables que son las tiritas del ventilador? para una persona de mi estatura, (que es promedio para nuestra población femenina) es casi imposible solo estirar la mano y poder regular su velocidad o encender la luz. Entonces cambiaba de estrategias para llegar a ellas; me ponía los tacos de mi mamá, o bajaba a ver el banquito de la cocina o practicaba saltando (esta siendo la menos recomendable, ya que me podía caer o hacer que el ventilador e venga abajo), así me las arreglé hasta hoy y me ha ido bien.

Hoy, que el 60% de mis horas las paso fuera de casa, ya sea por el trabajo o por las tan anhelada  salidas de vida social; hoy que tengo 23 años y que nos mudamos a otra casa, mis padres decidieron que era hora de poner un aire en mi cuarto. Creo que adaptarme va a ser difícil, mi mente está tan no acostumbrada a tener este artefacto enfriador, que ya me he encontrado varias  veces muriendo de calor y no acordándome de su existencia. 
Pero cuando me acuerdo, es divertido sentir un poco de poder, porque creo que en Guayaquil controlar el frío te da poder y cuando tengo el control en la mano, es como estar en una película. 

El ventilador viejo y tan familiar sigue en el techo de mi cuarto, supongo que un poco molesto al ver ese moderno aire junto a él, pero sabe que sigue siendo indispensable y sabe que para mí, más que un ventilador es un amigo.

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