Porque hoy en día a nadie le gusta hablar, esa es una costumbre que ya se perdió, ya pasó de moda ya es anticuada. Porque conversar de ...

Menos bla

17:39 Aynoa Morán 1 Comments

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Porque hoy en día a nadie le gusta hablar, esa es una costumbre que ya se perdió, ya pasó de moda ya es anticuada. Porque conversar de algo denso hace doler la cabeza y para eso mejor hablamos de banalidades y no nos complicamos la vida, mejor dejamos que la mente repose 24/7. Y es que conversar es darle a entender al otro que quieres sumergirte en su vida, es incomodarse, es estar dispuesto a incomodarse y ¿para qué? Si converso dos horas, son dos horas de memes que me habré perdido y las notificaciones de los diez chats en whatsapp y luego se me llena el móvil y para eso mejor me quedo detrás de la pantalla y le digo que me cuente por mensajes y los leo a lo largo de día y le respondo entre el gym y el almuerzo, o mientras espero el ascensor, o mientras manejo.
Y además cuando se habla mucho siempre se acaba triste, porque la felicidad viene primero, pero luego sale lo real, lo reprimido y ¿Quién quiere estar triste? ¿Quién quiere llorar, llenarse de mocos, hincharse los ojos, ahogarse en la almohada, dañarse el cabello, bajar las pestañas? ¿Quién quiere balbucear de dolor? La tristeza es el mejor repelente y por eso hay que seguir siendo felices y usar frenillos y blanquearse los dientes... porque a nadie le gusta una sonrisa imperfecta, seamos sinceros.
Evitémonos todo este bla bla bla, dejémoslo para luego, para esos tediosos reencuentros con las amigas una vez al mes, los momentos incómodos en el ascensor, o esa caminata involuntaria justo hacia la misma dirección. Creemos otro chat, sintámonos unidos más lejos que nunca. No nos compliquemos con tanta humanidad, mejor seamos felices y comamos perdices. 

Fin

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Es curioso, que existan lugares en los que no nos importe la proxémica, lugares, situaciones, momentos, 5 minutos, 30 segundos en l...

Blind date

16:20 Aynoa Morán 0 Comments



Es curioso, que existan lugares en los que no nos importe la proxémica, lugares, situaciones, momentos, 5 minutos, 30 segundos en los que esta distancia que nos aleja del otro deja de ser importante, se desvanece, nos acompaña. Es increíble, extraordinario, divertido, risible, cómo en ciertas situaciones, nuestra mente pareciera divagar tanto que no nos damos cuenta de que una de nuestras manos está a 5 cm de coger la mano de otro o que nuestros cuellos están a un empujón de recibir un beso inesperado. Y así vivimos, intimando con pequeños roces de nuestras rodillas en los asientos del bus, coqueteando con las caderas en los bancos de los parques, tomando descansos en la espalda de alguien en el metro, combatiendo la soledad al tocar los dedos de otro en el pasamanos del cole, museo, comedor, trabajo (inserte aquí su incidencia). 
Pero el encantamiento se va, se rompe la burbuja, tomamos conciencia y retorna la paranoia, el desespero, la humanidad. Y con un espasmo que retuerce regresamos a nuestro sitio, raudos, esperando que pase el mal rato, la incomodidad; se dispara la hipersensibilidad, nos llega nítido el olor al perfume que nuestro acompañante utiliza en exceso, atisbamos la uña, un poco más grande que las otras, que pasea sin vergüenza. Nos alcanza el aliento de cuatro tazas de café y tres cigarrillos, hacemos zoom de la lagaña que se alberga en su lagrimal derecho, y la ceja mal depilada, el bigote creciente, el lunar raro de la herencia, el calce de la muela de juicio que no se alcanzó a operar de emergencia… no se nos escapa una. 
Cuando llega la huida, zafamos victoriosos, un respiro largo y a seguir por el camino seguro.
Eso sí, a la vuelta de la esquina nos espera el próximo ensimismamiento, en el que los cuerpos inconscientes y traviesos se volverán a encontrar.

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