Qué duro salir a la calle hoy y pensar en todo lo que en estos días viene pasando, qué duro abrir las redes y ver los mensajes de odio, ...

El dolor de un país

17:58 Aynoa Morán 0 Comments


Qué duro salir a la calle hoy y pensar en todo lo que en estos días viene pasando, qué duro abrir las redes y ver los mensajes de odio, de distintos tipos, odiando lo pactado, odiando lo que pudo ser, odiando a otros, no nos damos cuenta de que lo que espetamos sin pensar, deja marca y lastima, nos daña y nos hunde. Para mí no hay nada más fuerte que la palabra, y aunque muchas veces he abusado de ella, el aprendizaje que me ha quedado es que debemos analizar antes de gritar desde el dolor y el odio.
Creo que lo más doloroso de esto es ver nuestro entorno y darnos cuenta de que en un país con 17 millones de habitantes, estamos más solos que nunca. Solos porque permitimos que nuestras diferencias y opiniones sean el catalizador de resentimiento, solos porque frente al conflicto nos señalamos y olvidamos que somos ecuatorianos y que, aunque hayamos nacido en distintas condiciones, nos une el suelo que pisamos. 
Hoy nos duele mucho nuestro país, nos duelen los daños, la violencia, nos duelen las decisiones y la impotencia, pero no olvidemos que el dolor es energía y es oportunidad, nos incomoda y nos obliga a ponernos de pie, a agarrarnos la cabeza y a pensar; el dolor nos recuerda que estamos vivos y que vivos podemos lograr cosas, porque no hay nada peor que estar aquí y dedicarnos a estar muertos cada día. Sea cual sea el dolor que toda esta travesía nos ha dejado, no lo desperdiciemos en palabras lastimeras y en defender argumentos que no suman.
Y no, esto no es cuestión de irnos del país para sentirnos libres, ni de huir para dejar atrás tanto conflicto, conflicto hay en todos lados, solo que un conflicto ajeno es siempre más atractivo que el propio. Si nos vamos hagámoslo para dejar nuestro país en alto, si volvemos, que sea para avanzar y que con nosotros lo haga también el Ecuador. 
Dejemos de creernos superiores porque estamos donde estamos, dejemos de escudarnos detrás del odio injustificado, dejemos de separarnos y trabajemos en encontrar eso por lo que debemos luchar juntos. 

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Los lunes no son nada fáciles, parece que es el lugar común. Antes no le encontraba mucho sentido a esta afirmación, porque mis lunes e...

Buenos lunes

12:45 Aynoa Morán 0 Comments


Los lunes no son nada fáciles, parece que es el lugar común. Antes no le encontraba mucho sentido a esta afirmación, porque mis lunes empezaban bien, empezaban escuchando la voz de los que amo, llamadas matutinas que, aunque se acompañaban con bostezos, siempre terminaban bien. Empezaban con rides en el carro, con conversaciones de la vida, con el programa de fútbol popular de fondo. Mis lunes comenzaban bien.
Hace un tiempo que tengo lunes distintos y es raro, hace un tiempo que todo es un poco raro de hecho, mucho ha cambiado en poco y eso es raro.
Pero ahora entiendo que los lunes estén tan estigmatizados, porque ando viviendo en lunes raros todos los días. Yo extraño los lunes que ya no tengo, pero creo que en realidad lo que yo tenía era lo extraño.
Nos levantamos los lunes y pensamos en lo rápido que se acabó el fin de semana, tal vez deberíamos levantarnos a pensar en lo que tenemos, en lo genial que es empezar otra semana hablando con los que amamos; quizás los lunes deberían ser el reseteo de lo malo de la semana anterior, cada lunes que se sume lo nuevo más lo viejo. 
Yo sabía de buenos lunes, los atesoraba, o al menos creo que por un tiempo, lo hice. Agradezco los que tuve, los recuerdo, los lloro de vez en cuando, los saludo desde la almohada, desde algún lugar de mi cama.
Por ahora, en mi intento de simular mis buenos lunes, pienso en el café que me voy a tomar, la nueva rutina de ejercicios, las ganas de irme a algún sitio; nuevo lunes inventados, superficiales pero que abrazan.
Hoy es lunes y estoy aquí, dispuesta, como buena necia, a empezar una nueva aventura. El sabor de los buenos lunes se asoma, pero no se queda, yo ya me he acostumbrado a su estado intermitente.
Duele, pero acostumbra, lastima, pero enseña.
Encuentren sus buenos lunes, que por ahí están, instálense en ellos y vean qué pasa. No digo que se acomoden, ni que se dejen de inquietar, después de todo ¿quién dijo que un buen lunes es uno estacionario? Los buenos lunes también inquietan, llegan a incomodar, angustian para que los recuerdes, dejan marca los malditos, una que sin duda es muy difícil borrar. 

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Vivimos tirándole la culpa a la vida. Le hablamos a la vida, a una vida en general, que nos hace daño, que de alguna manera se pasa ate...

Culpa

16:33 Aynoa Morán 0 Comments

Ahogarse en problemas

Vivimos tirándole la culpa a la vida. Le hablamos a la vida, a una vida en general, que nos hace daño, que de alguna manera se pasa atetando contra nosotros. La odiamos, la golpeamos, la maldecimos al aire y le pedimos a la misma vida que nos dé un respiro.
Luego, todo sale bien y le agradecemos. Definitivamente somos unos mal llevados con la vida.
Pero es nuestra vida después de todo y los que la formamos somos, sin duda, nosotros. 
Luego traicionamos a la vida, y la rompemos un poco, le hacemos daño pero sabemos que por ahí va a estar, moribunda y cuando nos duele, le gritamos, le recordamos lo mucha mierda que vale y nos volvemos a convencer de que definitivamente nos vive jugando una mala pasada.
Maldita vida.
¿Es realmente la vida la culpable? eso creemos todos, que justificamos los malos ratos inculpando a la pobre. Nos justificamos porque así duele menos, duele menos cuando se puede señalar a alguien, duele menos cuando la cosa parece lejana. Hasta que ya no es lejana, y está aquí cerquita, instalada en tu casa, cuando te mira de frente, a los ojos y te recuerda que no hay vida culpable, o mejor dicho que todo este tiempo creaste este personaje al que le podías trasladar un poco de dolor.
La vida debería venir con advertencias, piensas. Quién sabe, tal vez sí. 
¿a quién quieres engañar? la vida no te hizo olvidar de atarte los zapatos para que te vayas de boca en la mitad de la calle, la vida no te hizo decir cosas lastimeras o hablar de más. ¿por qué “la vida”? y si fue “la vida” ¿la vida de quién?
A pesar de todo, nos seguiremos engañando y culpando a la vida, es cierto. Nos engañaremos hasta no poder más, o hasta que la vida se convierta en lágrimas y nos empape la cara, hasta que nos ahoguemos con la vida y por fin nos demos cuenta de que la vida no era más que otro defensa contra el miedo. Y claro que somos miedosos, pero ese, ya es otro tema.

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Pienso que lo que soy está bien, lo creo y lo defiendo. Luego, me ponen en el mundo y me doy cuenta de que tal vez todo lo que yo creía ...

Morir

12:38 Aynoa Morán 0 Comments


Pienso que lo que soy está bien, lo creo y lo defiendo. Luego, me ponen en el mundo y me doy cuenta de que tal vez todo lo que yo creía real no es tan real como parece. Pero igual, sigo, voy luchando contra todo, contra algunos conceptos que me quieren infundir, creencias que me niego a aceptar. De todo un poco, va.
Luego apareces tú, por ahí, ye conviertes en mi nueva familia y te acepto, acepto las cosas que me vendes, las ideas, todo. Cosas que pronto se vuelven mías y que sin lugar a duda defiendo, comparto. Muto a ser lo que soy porque entiendo que ahora soy dos y pronto quién sabe cuántos más seremos.
Pero nadie te prepara para esto, nadie te alista para el momento en el que todo se viene abajo. Nadie es tan directo como para decirte que realmente no estamos diseñados para estar completos y que todo el acto que hacemos con otro, es el acto de buscar no estar solos.

Y ahora debo empezar a arrancarte, aunque te tenga tan adentro, aunque me lastime esta y la otra vida, aunque me desangre en el intento. Manejaré esto con la mayor madurez posible, tú eres uno, yo otra y desgraciadamente esto tiene que morir. Hay que matarnos, hay que ser asesinos despiadados, no, no de los que descuartizan poquito a poquito, seamos de los que van al grano, los que sin duda te tajan la yugular, los que van directo al órgano vital.
Ya no tengo tiempo, no tengo tiempo de ir cortando poco a poco, de meter excusas para matarte, matarnos. Sé que me va destruir, pero la verdad es que I’m too old for this shit.

Voy camino a tu casa, por última vez. 
Llevo lista la morfina para inyectarla, sin piedad, en seguida, justo después de que soltemos las palabras que cortan, de que nos mandemos las profundas puñaladas. Tal vez tu frialdad ayude a parar el sangrado, quizás tanta sal ayude a desinfectar mis heridas.


Te dejo hoy para irme a morir a otro lado. 

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Qué miedo pensar que nunca conoceré tu voz real, que siempre nos quedaremos estancados en este idioma intermedio, global, que pretend...

Foreigners

17:53 Aynoa Morán 0 Comments


Qué miedo pensar que nunca conoceré tu voz real, que siempre nos quedaremos estancados en este idioma intermedio, global, que pretende convertir el mundo en una sola masa. ¿Qué pasa si cuando me hablas en ese idioma complejo que te manejas desde la cuna, no me gusta el tono, todavía oculto, de tu original voz? ¿y si no aguanto tus expresiones, o tú las mías? ¿o las condenadas jergas, de las que no me escapo ni estando miles de kilómetros lejos de la madre patria? 
Pero no soy yo sin estos modismos, sin las onomatopeyas, sin las palabras tontas inventadas por la gente que suda mares en mi país natal, no soy yo sin las muletillas, sin las cosas que no comprende nadie más que mis semejantes allá a lo lejos. 
Y si no soy yo, y tú, evidentemente, no eres tú, entonces ¿quiénes somos?
Somos dos, somos cuatro.
Te dejo solo en la sala, me asomo desde la cocina y ahí está ese otro, lo veo mover las manos de manera irregular, cogerse el pelo, mover los labios, parlotear algo incomprensible. Carismático, muestra más los dientes que tú y con aparente ahínco. Vuelvo la mirada a lo que me compete y haciendo como si nada hubiese pasado camino hacia él. Te encuentro a ti y tu a mí, no hay rastro de quien sea que atisbé desde la puerta de la cocina. 
Ayer al pernoctar soñé con él y me levanté empapada. Me desperté junto a ti, pero al verte soñar lo vi a él, a los dos, por fin juntos: tu nariz larga, irregular, ese remolino de barba, las cejas infinitas y los labios diminutos. Su ceño fruncido y sus ronquidos, que claro está, sonaban a esa lengua que tanto nos separa.
Lo sentí a él abrir los ojos, hiciste en seguida el ademán de hablar, pero antes de que tú pudieras salir, le tapé con un dedo la boca.
Te sentí enojado esta mañana, sabías que había estado con él esa noche, nos besamos a secas y entre uno o dos comentarios nos despedimos para empezar la faena. Ambos celosos de nosotros mismos volvimos a la realidad, a esas palabras ajenas que no nos dejan ser. ¿Cómo pelear, gritarte y mandarte a la punta de un cuerno, si tal vez no sepas de qué cuerno hablo o tal vez ni logres entender de qué va tanto griterío? 
Una noche, dos, tres, esto se va haciendo costumbre, a regañadientes, del otro lado ya aprendimos a lidiar. Como desesperados esperamos a las madrugadas para dejarnos llevar. Gritos, susurros, gemidos en varias lenguas y sin darnos cuenta empezamos a entender y descifrar dialecto, todo se comienza a mezclar. 
Tal vez algún día llegaremos a ser solo los dos, pero por ahora tocará encontrarnos a escondidas, a la hora en la que todos callan, esa que nosotros escogimos para empezar a hablar entre las sábanas.

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Te devoro deprisa, sabes a canela añeja de la alacena de mi mamá. Mientras te saboreo, me apena un poco pensar que te acabaste tan ráp...

Mantis

16:45 Aynoa Morán 0 Comments


Te devoro deprisa, sabes a canela añeja de la alacena de mi mamá.
Mientras te saboreo, me apena un poco pensar que te acabaste tan rápido. Pero en la mitad del pensamiento recibo un mensaje; ya está en camino mi siguiente cita, otra cosita dulce para completar. Después de todo, a pesar de las facilidades, es difícil saciarse en pleno siglo XXI. 

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Estábamos en la mitad de un beso cuando sentí la primera punzada, fue débil, pero dolía; esa primera puñalada me la diste en un luga...

Puñaladas

18:25 Aynoa Morán 0 Comments



Estábamos en la mitad de un beso cuando sentí la primera punzada, fue débil, pero dolía; esa primera puñalada me la diste en un lugar sensible, pero no mortal. Te vi irte tranquilo esa noche, mientras agarraba con mis manos el punto exacto del incidente para evitar el sangrado. Luego fui yo, que por distraída, más que por cualquier otra cosa, clavé mi puñal suave en tu muñeca, gritaste con fuerza, y con expresión horrorizada de tristeza; los dos supimos que esta sí que dejaría una fea marca. 

Sanamos juntos, y nos íbamos parchando, día a día, semana a semana. 

Luego las diminutas manchas de sangre fueron demasiadas, ya me era imposible disimular el dolor. Intentaba esbozar una sonrisa débil frente a lo otros, pero las heridas habían empezado a derramar más sangre de la esperada. 
La puñalada de ayer fue más profunda que las otras, y supe que se demoraría en sanar.
Poco a poco me iba desangrando y lo sabía, pero ya me había acostumbrado al dolor diario en pequeñas dosis y justo había descubierto el detergente perfecto para quitar las manchas de sangre que quedaban en toda mi ropa.
Así vivimos, sabiendo que amarnos sería esto, fuimos guardando botiquines de emergencia en cada rincón de nuestras vidas, listos para seguir disfrutando del dolor de estar juntos, porque a pesar de todo siempre estamos seguros de querer seguir juntos.
Si de vez en cuando la falta de sangre en nuestros cuerpos nos afecta y nos levantamos con ánimos de nada, nos llenamos de besos para recargarnos y continuamos con el día a día.
Desarrollamos, ilusos, un gusto por el dolor, por este placer extraño en el que buscamos exactamente lo que nos hace daño. Tal vez con ganas de sentirnos más vivos, o queriendo probarnos que podemos resistirlo; amamos el dolor que nos dejan los amantes, los que se quedan, los pasajeros, los de turno, todos.

Estamos ahora en la mitad de un beso áspero y nos iremos a la cama esperando que mañana se suavicen los labios. Y así cuidadosos hasta el final de los finales, aprenderemos a sangrar en pequeñas cantidades. A no ser que uno de los dos escoja el camino duro y se deje morir, acumulando las heridas hasta no poder más. Un asesinato, o un suicidio, da igual.
Huyendo sin saber que se camina directamente hacia otro dolor, una nueva adicción. Y así, hasta el final de lo tiempos.

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Tratas de meterlo todo en las maletas con parsimonia, tranquilidad, calma y por un momento crees que lo tienes bajo control. Has hecho...

Volver

16:32 Aynoa Morán 0 Comments



Tratas de meterlo todo en las maletas con parsimonia, tranquilidad, calma y por un momento crees que lo tienes bajo control. Has hecho ya la lista mental, asegurándote de que no falte nada. Ya apilaste las cosas por segmentos e incluso hiciste el cálculo de, más o menos, cuánto se te va a pasar cada maleta de  peso; respiras tranquila y por unos instantes te sientes feliz. Pero luego, poco a poco, te vienen a la cabeza todas las cosas que te has olvidado de guardar y así, entre ese zapato brillante y el par de calcetines gruesos, que tal vez nunca vuelvas a usar, intentas meter más y más artilugios que te acompañaron en esta etapa de la vida. 

Aunque no te da más el espacio, con una necedad infantil tonta que te invade repentinamente, te niegas a botar la factura de tu primera salida oficial en lo que fue tu nuevo hogar temporal, y la del que se convirtió en tu spot favorito para cafetear. Y ni hablar de las fotos acumuladas de cada uno de lo eventos que creíste que era relevante documentar, y esa tarjeta del metro, a la que todavía le quedan viajes, solo por si acaso no tardas en regresar. 

En el camino te topas también con los tickets de cada recorrido que realizaste en tren, incluso esos que usaste para no ir tan lejos y los vasos de los festivales, las pulseras y cada pequeño merchandising que decidiste que era imprescindible comprar. Ves la pila de mapas que fuiste recolectando en cada ciudad que visitaste y de la que te enamoraste. Así se van acumulando los recuerdos y en cuestión de segundos ya has llenado otra maleta y ya no sabes dónde meter más de esos objetos y momentos que te quisieras llevar para siempre. 

Y de golpe te percatas, de que no caben las veces que caminaste por la madrugada admirando la belleza de la ciudad, o las personas que conociste y que aunque sea por un par de minutos se convirtieron en parte de tu trayecto. No sabes dónde meter todas las veces que te dejó el bus y lo odiaste o en las que lo amaste porque hacía mucho calor y justo lo cogiste vacío y con aire. Y ese lindo dolor de los pies, que te quedó luego de caminar dos horas para confirmar que la ciudad se la puede recorrer andando. ¿Dónde metes todo eso? Las fiestas repentinas, las salidas con amanecidas, los encuentros multiculturales, los bares de turno. 
Y entre lágrimas gruesas, que se mezclan con la felicidad de volver a casa, poniéndote un poco romántica y en modo adolescente, te dices en voz baja que todas esas cosas te las llevas encima, te las guardas en el cuerpo, en la piel, en sus sensaciones. Y confías en ellas para activar la memoria y poder disfrutar de nuevo cada una de esas cosas que te hicieron tan feliz y que siempre lo harán.

Finalmente, luchando contra las libras y la nostalgia cierras las maletas.
Piensas en volver y vuelves, recordando, un poco aliviada, que siempre en sueños te puedes quedar.

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Una vez más se detuvo antes de llevar a cabo su plan. Aunque había ya tomado el impulso y tenía todo lo que necesitaba para evitar cual...

Ganas

12:37 Aynoa Morán 1 Comments


Una vez más se detuvo antes de llevar a cabo su plan. Aunque había ya tomado el impulso y tenía todo lo que necesitaba para evitar cualquier error, justo antes de lograrlo frenó a raya y soltando una tímida risa nerviosa, respiró aliviado. Aquella sombra turbia que lo acompaña a todos lados se posó en sus hombros a tiempo, le dio una palmadita de reafirmación en la espalda y lo llevó de vuelta al lugar de siempre. 
Esta vez había estado muy cerca, pero ni él no sabía. La culpa en esta ocasión se la atribuyó al mal tiempo, a esa nube negra que indicaba que la lluvia podía empezar en cualquier momento, sin previo aviso, y él, justo no llevaba paraguas, y además se había puesto el traje caro de ocasión; hubiese sido toda una calamidad. Sí, esa nube fue la que lo hizo pensar dos veces y por la que era mejor volver a casa. Ya sería la próxima vez, esa siguiente vez, sí.
Se puso el pijama de todos los jueves y se metió a la cama —que no se te olviden las medias— le susurró su oscura compañera al oído, mientras con sus escurridizas garras le empezó a acomodar la sábana alrededor del cuerpo. Él, obediente, siguió las rutinas de siempre para evitar cualquier imprevisto, se arropó hasta la cabeza y cerró los ojos. Todo al pie de la letra, manos apretadas contra el pecho, cuerpo contraído, posición fetal. 
Algunas noches, entre dormido y despierto, se le dibuja una sonrisa involuntaria al acordarse del suceso, le cosquillean las manos y se pregunta inquieto, qué pudo pasar… pero luego con un empujoncito de su gélido guardaespaldas, recobra la compostura y sigue contando en orden sus ovejas. Sería terrible que por puro descuido perdiera la cuenta y eso, eso sí que sería fatal.
1, 2 , 3, 4…

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Cuando compraste el tacho de basura para tu casa, porque en alguna de nuestras conversaciones noctámbulas te lo sugerí, lo supe. Luego ...

Hábitat

7:30 Aynoa Morán 0 Comments


Cuando compraste el tacho de basura para tu casa, porque en alguna de nuestras conversaciones noctámbulas te lo sugerí, lo supe. Luego fueron apareciendo más cosas: la repisa en la que decidiste tendría que poner todos mis tereques, el cajón nuevo que ubicaste justo del lado de la cama que escogí cada noche, la mesita de estar que pusiste frente a la tele, porque sabes cuanto me gusta desayunar con las noticias de fondo, los cojines que eran más míos que tuyos desde que llegaron y que estaban diseñados con colores que combinaban con mi ropa, mis cosas, mi vida. Con sigilo metiste tus llaves en mi cartera (llavero de mi gusto incluido), para que pensara que siempre estuvieron dando vueltas por ahí.

Sin darme cuenta me fui acomodando, acoplando, quedando. 

Al llegar a casa me encuentras envuelta entre sábanas, y observo desde algún hueco, cómo te sacas las capas que parecieran darte un inmenso calor. Y yo, completamente adaptada a mi nuevo ambiente, me muevo tranquila por los distintos espacios de la casa. 
No recuerdo ahora cómo era todo antes de estar aquí y creo que ya no tiene importancia, te miro mientras empiezas a armar algo que me resulta familiar; al terminar me dices con expresión cálida - tal como te gusta - feliz, me hago un ovillo a tu lado y sonrío al reconocer el clóset que alguna vez tuve en algún antiguo piso. Y así, acostumbrada una vez más, decido a habitar el conveniente espacio, que como buen estratega que eres, has creado para mí y para nuestro nuevo amar. 

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Te dejas llevar por el impulso del cuerpo, por los viejos modales de la infancia que te lideran, te inclinas un poco en señal de s...

Rituales

8:58 Aynoa Morán 0 Comments



Te dejas llevar por el impulso del cuerpo, por los viejos modales de la infancia que te lideran, te inclinas un poco en señal de saludo, y justo cuando estás a punto de dar la mejilla sin saber qué más hacer, algo te frena de golpe; la mano firme contundente estirada frente a ti. Te cae como balde de agua, cachetada punzante, y establece la distancia prudente que te advierte que todavía, solo todavía, no hay la confianza suficiente para besar. Reacción rápida y dos segundos más tarde te encuentras en medio del apretón. Entonces se descifran; que si es muy suave, que si gira la mano hacia esta o aquella dirección, que si está sudada, o si es raposa, o muy velluda; te acuerdas de las clases de semiótica y retumba en tu mente “todo comunica”. Se te vienen a la mente los dimes y diretes de la sociedad, esos que encasillan a media humanidad, y te entra un profundo y tonto miedo de hacerlo mal, porque de alguna u otra forma algo siempre está mal. Sin duda no te habías dado cuenta de lo complicado que puede ser saludar a un completo extraño. 
A veces es muy fácil, las dos partes parecieran estar de acuerdo: ambas manos se estiran en sincronía, un apretón modesto y ya cada uno por su camino. Pero casi siempre reinarán esas otras ocasiones, en las que sin pensarlo te llegas a adentrar en un extraño ritual, en el que dubitativa estiras y recoges las manos, o tal vez decidida sacas los labios esbozando un beso que se pasma antes de tiempo. Vas hacia un lado, hacia el otro, abres los brazos, chocan torpes los cuerpos, eres parte de una danza que no te enorgullece liderar. 
¿Pero cómo, cómo aprender todos los benditos códigos de cordialidad? peor si a medida que pasan los años, descubres que cada grupo, cada tribu tienen su propio ritual y te entra esa pequeña desesperación de la no-pertenencia, cuando sin saberlo no respondiste al golpe de puños, o al high five que los demás esperaban con normalidad. Y ni empecemos con los besos ¿uno, dos, tres… cuatro? ¿son realmente necesarios tantos besos? pareciera que la gente necesita romper la barrera de lo íntimo, porque claro que luego del tercer beso ya no hay nada que perder y ¿quién dijo miedo, no?
Te has dado cuenta de que no hay escape, y que la respuesta es entregarse sin más, prepararse para el próximo ritual de cordialidad, para otro de esos momentos incómodos que luchas por entender quién se dignó en inventar.

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