Estábamos en la mitad de un beso cuando sentí la primera punzada, fue débil, pero dolía; esa primera puñalada me la diste en un luga...

Puñaladas

18:25 Aynoa Morán 0 Comments



Estábamos en la mitad de un beso cuando sentí la primera punzada, fue débil, pero dolía; esa primera puñalada me la diste en un lugar sensible, pero no mortal. Te vi irte tranquilo esa noche, mientras agarraba con mis manos el punto exacto del incidente para evitar el sangrado. Luego fui yo, que por distraída, más que por cualquier otra cosa, clavé mi puñal suave en tu muñeca, gritaste con fuerza, y con expresión horrorizada de tristeza; los dos supimos que esta sí que dejaría una fea marca. 

Sanamos juntos, y nos íbamos parchando, día a día, semana a semana. 

Luego las diminutas manchas de sangre fueron demasiadas, ya me era imposible disimular el dolor. Intentaba esbozar una sonrisa débil frente a lo otros, pero las heridas habían empezado a derramar más sangre de la esperada. 
La puñalada de ayer fue más profunda que las otras, y supe que se demoraría en sanar.
Poco a poco me iba desangrando y lo sabía, pero ya me había acostumbrado al dolor diario en pequeñas dosis y justo había descubierto el detergente perfecto para quitar las manchas de sangre que quedaban en toda mi ropa.
Así vivimos, sabiendo que amarnos sería esto, fuimos guardando botiquines de emergencia en cada rincón de nuestras vidas, listos para seguir disfrutando del dolor de estar juntos, porque a pesar de todo siempre estamos seguros de querer seguir juntos.
Si de vez en cuando la falta de sangre en nuestros cuerpos nos afecta y nos levantamos con ánimos de nada, nos llenamos de besos para recargarnos y continuamos con el día a día.
Desarrollamos, ilusos, un gusto por el dolor, por este placer extraño en el que buscamos exactamente lo que nos hace daño. Tal vez con ganas de sentirnos más vivos, o queriendo probarnos que podemos resistirlo; amamos el dolor que nos dejan los amantes, los que se quedan, los pasajeros, los de turno, todos.

Estamos ahora en la mitad de un beso áspero y nos iremos a la cama esperando que mañana se suavicen los labios. Y así cuidadosos hasta el final de los finales, aprenderemos a sangrar en pequeñas cantidades. A no ser que uno de los dos escoja el camino duro y se deje morir, acumulando las heridas hasta no poder más. Un asesinato, o un suicidio, da igual.
Huyendo sin saber que se camina directamente hacia otro dolor, una nueva adicción. Y así, hasta el final de lo tiempos.

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