Una vez más se detuvo antes de llevar a cabo su plan. Aunque había ya tomado el impulso y tenía todo lo que necesitaba para evitar cual...

Ganas

12:37 Aynoa Morán 1 Comments


Una vez más se detuvo antes de llevar a cabo su plan. Aunque había ya tomado el impulso y tenía todo lo que necesitaba para evitar cualquier error, justo antes de lograrlo frenó a raya y soltando una tímida risa nerviosa, respiró aliviado. Aquella sombra turbia que lo acompaña a todos lados se posó en sus hombros a tiempo, le dio una palmadita de reafirmación en la espalda y lo llevó de vuelta al lugar de siempre. 
Esta vez había estado muy cerca, pero ni él no sabía. La culpa en esta ocasión se la atribuyó al mal tiempo, a esa nube negra que indicaba que la lluvia podía empezar en cualquier momento, sin previo aviso, y él, justo no llevaba paraguas, y además se había puesto el traje caro de ocasión; hubiese sido toda una calamidad. Sí, esa nube fue la que lo hizo pensar dos veces y por la que era mejor volver a casa. Ya sería la próxima vez, esa siguiente vez, sí.
Se puso el pijama de todos los jueves y se metió a la cama —que no se te olviden las medias— le susurró su oscura compañera al oído, mientras con sus escurridizas garras le empezó a acomodar la sábana alrededor del cuerpo. Él, obediente, siguió las rutinas de siempre para evitar cualquier imprevisto, se arropó hasta la cabeza y cerró los ojos. Todo al pie de la letra, manos apretadas contra el pecho, cuerpo contraído, posición fetal. 
Algunas noches, entre dormido y despierto, se le dibuja una sonrisa involuntaria al acordarse del suceso, le cosquillean las manos y se pregunta inquieto, qué pudo pasar… pero luego con un empujoncito de su gélido guardaespaldas, recobra la compostura y sigue contando en orden sus ovejas. Sería terrible que por puro descuido perdiera la cuenta y eso, eso sí que sería fatal.
1, 2 , 3, 4…

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Cuando compraste el tacho de basura para tu casa, porque en alguna de nuestras conversaciones noctámbulas te lo sugerí, lo supe. Luego ...

Hábitat

7:30 Aynoa Morán 0 Comments


Cuando compraste el tacho de basura para tu casa, porque en alguna de nuestras conversaciones noctámbulas te lo sugerí, lo supe. Luego fueron apareciendo más cosas: la repisa en la que decidiste tendría que poner todos mis tereques, el cajón nuevo que ubicaste justo del lado de la cama que escogí cada noche, la mesita de estar que pusiste frente a la tele, porque sabes cuanto me gusta desayunar con las noticias de fondo, los cojines que eran más míos que tuyos desde que llegaron y que estaban diseñados con colores que combinaban con mi ropa, mis cosas, mi vida. Con sigilo metiste tus llaves en mi cartera (llavero de mi gusto incluido), para que pensara que siempre estuvieron dando vueltas por ahí.

Sin darme cuenta me fui acomodando, acoplando, quedando. 

Al llegar a casa me encuentras envuelta entre sábanas, y observo desde algún hueco, cómo te sacas las capas que parecieran darte un inmenso calor. Y yo, completamente adaptada a mi nuevo ambiente, me muevo tranquila por los distintos espacios de la casa. 
No recuerdo ahora cómo era todo antes de estar aquí y creo que ya no tiene importancia, te miro mientras empiezas a armar algo que me resulta familiar; al terminar me dices con expresión cálida - tal como te gusta - feliz, me hago un ovillo a tu lado y sonrío al reconocer el clóset que alguna vez tuve en algún antiguo piso. Y así, acostumbrada una vez más, decido a habitar el conveniente espacio, que como buen estratega que eres, has creado para mí y para nuestro nuevo amar. 

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Te dejas llevar por el impulso del cuerpo, por los viejos modales de la infancia que te lideran, te inclinas un poco en señal de s...

Rituales

8:58 Aynoa Morán 0 Comments



Te dejas llevar por el impulso del cuerpo, por los viejos modales de la infancia que te lideran, te inclinas un poco en señal de saludo, y justo cuando estás a punto de dar la mejilla sin saber qué más hacer, algo te frena de golpe; la mano firme contundente estirada frente a ti. Te cae como balde de agua, cachetada punzante, y establece la distancia prudente que te advierte que todavía, solo todavía, no hay la confianza suficiente para besar. Reacción rápida y dos segundos más tarde te encuentras en medio del apretón. Entonces se descifran; que si es muy suave, que si gira la mano hacia esta o aquella dirección, que si está sudada, o si es raposa, o muy velluda; te acuerdas de las clases de semiótica y retumba en tu mente “todo comunica”. Se te vienen a la mente los dimes y diretes de la sociedad, esos que encasillan a media humanidad, y te entra un profundo y tonto miedo de hacerlo mal, porque de alguna u otra forma algo siempre está mal. Sin duda no te habías dado cuenta de lo complicado que puede ser saludar a un completo extraño. 
A veces es muy fácil, las dos partes parecieran estar de acuerdo: ambas manos se estiran en sincronía, un apretón modesto y ya cada uno por su camino. Pero casi siempre reinarán esas otras ocasiones, en las que sin pensarlo te llegas a adentrar en un extraño ritual, en el que dubitativa estiras y recoges las manos, o tal vez decidida sacas los labios esbozando un beso que se pasma antes de tiempo. Vas hacia un lado, hacia el otro, abres los brazos, chocan torpes los cuerpos, eres parte de una danza que no te enorgullece liderar. 
¿Pero cómo, cómo aprender todos los benditos códigos de cordialidad? peor si a medida que pasan los años, descubres que cada grupo, cada tribu tienen su propio ritual y te entra esa pequeña desesperación de la no-pertenencia, cuando sin saberlo no respondiste al golpe de puños, o al high five que los demás esperaban con normalidad. Y ni empecemos con los besos ¿uno, dos, tres… cuatro? ¿son realmente necesarios tantos besos? pareciera que la gente necesita romper la barrera de lo íntimo, porque claro que luego del tercer beso ya no hay nada que perder y ¿quién dijo miedo, no?
Te has dado cuenta de que no hay escape, y que la respuesta es entregarse sin más, prepararse para el próximo ritual de cordialidad, para otro de esos momentos incómodos que luchas por entender quién se dignó en inventar.

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