Hábitat

Cuando compraste el tacho de basura para tu casa, porque en alguna de nuestras conversaciones noctámbulas te lo sugerí, lo supe. Luego ...


Cuando compraste el tacho de basura para tu casa, porque en alguna de nuestras conversaciones noctámbulas te lo sugerí, lo supe. Luego fueron apareciendo más cosas: la repisa en la que decidiste tendría que poner todos mis tereques, el cajón nuevo que ubicaste justo del lado de la cama que escogí cada noche, la mesita de estar que pusiste frente a la tele, porque sabes cuanto me gusta desayunar con las noticias de fondo, los cojines que eran más míos que tuyos desde que llegaron y que estaban diseñados con colores que combinaban con mi ropa, mis cosas, mi vida. Con sigilo metiste tus llaves en mi cartera (llavero de mi gusto incluido), para que pensara que siempre estuvieron dando vueltas por ahí.

Sin darme cuenta me fui acomodando, acoplando, quedando. 

Al llegar a casa me encuentras envuelta entre sábanas, y observo desde algún hueco, cómo te sacas las capas que parecieran darte un inmenso calor. Y yo, completamente adaptada a mi nuevo ambiente, me muevo tranquila por los distintos espacios de la casa. 
No recuerdo ahora cómo era todo antes de estar aquí y creo que ya no tiene importancia, te miro mientras empiezas a armar algo que me resulta familiar; al terminar me dices con expresión cálida - tal como te gusta - feliz, me hago un ovillo a tu lado y sonrío al reconocer el clóset que alguna vez tuve en algún antiguo piso. Y así, acostumbrada una vez más, decido a habitar el conveniente espacio, que como buen estratega que eres, has creado para mí y para nuestro nuevo amar. 

Rituales

Te dejas llevar por el impulso del cuerpo, por los viejos modales de la infancia que te lideran, te inclinas un poco en señal de s...



Te dejas llevar por el impulso del cuerpo, por los viejos modales de la infancia que te lideran, te inclinas un poco en señal de saludo, y justo cuando estás a punto de dar la mejilla sin saber qué más hacer, algo te frena de golpe; la mano firme contundente estirada frente a ti. Te cae como balde de agua, cachetada punzante, y establece la distancia prudente que te advierte que todavía, solo todavía, no hay la confianza suficiente para besar. Reacción rápida y dos segundos más tarde te encuentras en medio del apretón. Entonces se descifran; que si es muy suave, que si gira la mano hacia esta o aquella dirección, que si está sudada, o si es raposa, o muy velluda; te acuerdas de las clases de semiótica y retumba en tu mente “todo comunica”. Se te vienen a la mente los dimes y diretes de la sociedad, esos que encasillan a media humanidad, y te entra un profundo y tonto miedo de hacerlo mal, porque de alguna u otra forma algo siempre está mal. Sin duda no te habías dado cuenta de lo complicado que puede ser saludar a un completo extraño. 
A veces es muy fácil, las dos partes parecieran estar de acuerdo: ambas manos se estiran en sincronía, un apretón modesto y ya cada uno por su camino. Pero casi siempre reinarán esas otras ocasiones, en las que sin pensarlo te llegas a adentrar en un extraño ritual, en el que dubitativa estiras y recoges las manos, o tal vez decidida sacas los labios esbozando un beso que se pasma antes de tiempo. Vas hacia un lado, hacia el otro, abres los brazos, chocan torpes los cuerpos, eres parte de una danza que no te enorgullece liderar. 
¿Pero cómo, cómo aprender todos los benditos códigos de cordialidad? peor si a medida que pasan los años, descubres que cada grupo, cada tribu tienen su propio ritual y te entra esa pequeña desesperación de la no-pertenencia, cuando sin saberlo no respondiste al golpe de puños, o al high five que los demás esperaban con normalidad. Y ni empecemos con los besos ¿uno, dos, tres… cuatro? ¿son realmente necesarios tantos besos? pareciera que la gente necesita romper la barrera de lo íntimo, porque claro que luego del tercer beso ya no hay nada que perder y ¿quién dijo miedo, no?
Te has dado cuenta de que no hay escape, y que la respuesta es entregarse sin más, prepararse para el próximo ritual de cordialidad, para otro de esos momentos incómodos que luchas por entender quién se dignó en inventar.


Abrazos

Entonces te abraza y te apartas del mundo, se abre una pequeña puertita que solo tú puedes ver, en la que entras y no quieres salir...



Entonces te abraza y te apartas del mundo, se abre una pequeña puertita que solo tú puedes ver, en la que entras y no quieres salir nunca. 
Te vas perdiendo poco a poco en ese baño de sentimientos, ese cúmulo de emociones, te asfixias en olores del pasado, eres pasado, te conviertes en una pasa. Se vierten todos tus sentimientos y respiras puro anhelo. Te vibran los huesos que reclaman atravesar tu carne y salir, sentir más de cerca el apretujón que te contiene.
Lloras un poco, sabes a sal, te amargas añorando lo que dejaste atrás, en ese atrás lejano. Y te ahogas, en ese olor ajeno que te empalaga pero te guarda. Te da calor, sientes calor y de repente te quieres zafar. ¿Cuáles son las reglas aquí? El tiempo de duración, quién deja ir primero, cómo saber qué hacer en medio de tanta intimidad.
Sientes huesos que no sabías que existían unirse a los tuyos, eres un rompecabezas, pero no siempre encajas, para eso hace falta sentimiento, algo mutuo, atracción, algo pasional, ganas de arrancarlo todo y de conocer piel, o solo ganas, a secas, puras ganas.
Pero casi siempre te entregas en cada encuentro, das cada molécula de tu ser, activas cada músculo y comunicas todo, lo dices todo con el tacto, con el encuentro, abrazas con los brazos, pero también con el ombligo, con las caderas, con la pelvis y con el cuello, inhalas fuerte, retienes el aire y dejas ir. Porque siempre hay que dejar ir. Regresamos al vacío, nunca estamos completos. 
Merodeamos por el mundo hasta el siguiente acercamiento, hasta la próxima invitación, pretenderemos ser uno una vez más y así hasta la eternidad. 


(Des)ahogo

Duele, duele como punzadas que nadie te está dando, como un cuchillo que se incrusta en tu pecho una y otra vez, y piensas que es raro que...

Duele, duele como punzadas que nadie te está dando, como un cuchillo que se incrusta en tu pecho una y otra vez, y piensas que es raro que puedas hacer esa comparación porque nunca te han acuchillado, pero crees que si algún día lo hicieran dolería así. Pero tal vez esto es peor, porque aunque no existe duele, aunque no se materializa duele.
Un dolor punzante que se instala en tu pecho y que se queda ahí, y que cada vez que crees que lo has olvidado, vuelve, como arcadas que te arrancan las entrañas, vuelve, te habita, el dolor, se instala.
Lloras, intentando quedar vacía y seca como una pasa, lloras, pero es imposible, te duele la cara, los ojos, la vida. Las lágrimas te salen del pecho, las sientes, y sabes que aunque salen por tus ojos, es tu pecho el que se vacía, y ese vacío produce más llanto, eres agua infinita, agua dolorosa, un mar despiadado que te ahoga y te arrastra.
Ojos que se hinchan, te inflaman las ganas, la vida, una vida inflamada, a punto de reventar, pero no revienta, aprietas la cara, los ojos, el ceño, el alma, presionas y no revienta, se reprime y se queda y duele y se convierte en esa punzada latente que te aplasta el esternón, el tórax y de nuevo te acuchilla y sabes que pronto viene la arcada. La posición fetal que ayuda, pero que no calma, se convierte en tu cueva y se reinicia el dolor, a mitad de camino, cuando parecía que estaba a punto de expirar, vuelve a empezar. Punzada tras punzada, solo queda respirar.



Esa cosa que llamamos amar

Me emocionan las cosas tontas, cosas tontas como leerte en alguna red social, pensar que todo lo que pones ahí va conmigo, que te guste...


Me emocionan las cosas tontas, cosas tontas como leerte en alguna red social, pensar que todo lo que pones ahí va conmigo, que te guste esa canción que alguna vez a mí también me gustó, que te guste comer, porque qué coincidencia, a mí también me gusta comer. Y es que ser tonto está bueno de vez en cuando, ponernos en modo tonto, asentir a cada rato, querer impresionar, ponerse guapa, bailar al ritmo de lo que sea que te gusta bailar, beber de todo un poco, porque solo se vive una vez y qué lindo que te ves bebiendo lo que sea y que bailamos mal y que nos da igual. Me emociona que tu billetera combina con mi blusa favorita y sé que es el destino, juro que es el destino y si es que existe el destino (y creo que sí porque me lo dice la realidad) esto es: tú, yo, este encuentro, la combinación de nuestras cosas, nosotros somos el destino. Qué emoción, que justo nos vinimos a encontrar acá y ¿quién diría, no? y las cosas pasan por algo, lo sabemos, hay que dejar que todo fluya y todas esas frases clichés que obviamente aplican y nunca van mal. 
Nada va mal, si me gustas nada puede ir mal, me lanzo te beso, te guardo, te enseño, me hago la tonta, me olvido del lenguaje, aprendo uno nuevo, hablo tonterías, balbuceo, soy un bebé, soy un adulto, ¿qué soy? qué tonto todo esto, pienso, me arrepiento, pero te beso, no me arrepiento. Juego con fuego, corro con tijeras, como con las manos, rompo la regla de los 5 segundos y me como ese caramelo, rompo el espejo, abrazo al gato negro, abro el paraguas y luego pienso, (¿pienso?¿justifico?¿Le doy un sentido?) que esto es amor, amor verdadero y que nada puede salir tan mal.

Menos bla

Porque hoy en día a nadie le gusta hablar, esa es una costumbre que ya se perdió, ya pasó de moda ya es anticuada. Porque conversar de ...

Photo by Jacob Ufkes on Unsplash

Porque hoy en día a nadie le gusta hablar, esa es una costumbre que ya se perdió, ya pasó de moda ya es anticuada. Porque conversar de algo denso hace doler la cabeza y para eso mejor hablamos de banalidades y no nos complicamos la vida, mejor dejamos que la mente repose 24/7. Y es que conversar es darle a entender al otro que quieres sumergirte en su vida, es incomodarse, es estar dispuesto a incomodarse y ¿para qué? Si converso dos horas, son dos horas de memes que me habré perdido y las notificaciones de los diez chats en whatsapp y luego se me llena el móvil y para eso mejor me quedo detrás de la pantalla y le digo que me cuente por mensajes y los leo a lo largo de día y le respondo entre el gym y el almuerzo, o mientras espero el ascensor, o mientras manejo.
Y además cuando se habla mucho siempre se acaba triste, porque la felicidad viene primero, pero luego sale lo real, lo reprimido y ¿Quién quiere estar triste? ¿Quién quiere llorar, llenarse de mocos, hincharse los ojos, ahogarse en la almohada, dañarse el cabello, bajar las pestañas? ¿Quién quiere balbucear de dolor? La tristeza es el mejor repelente y por eso hay que seguir siendo felices y usar frenillos y blanquearse los dientes... porque a nadie le gusta una sonrisa imperfecta, seamos sinceros.
Evitémonos todo este bla bla bla, dejémoslo para luego, para esos tediosos reencuentros con las amigas una vez al mes, los momentos incómodos en el ascensor, o esa caminata involuntaria justo hacia la misma dirección. Creemos otro chat, sintámonos unidos más lejos que nunca. No nos compliquemos con tanta humanidad, mejor seamos felices y comamos perdices. 

Fin

Blind date

Es curioso, que existan lugares en los que no nos importe la proxémica, lugares, situaciones, momentos, 5 minutos, 30 segundos en l...



Es curioso, que existan lugares en los que no nos importe la proxémica, lugares, situaciones, momentos, 5 minutos, 30 segundos en los que esta distancia que nos aleja del otro deja de ser importante, se desvanece, nos acompaña. Es increíble, extraordinario, divertido, risible, cómo en ciertas situaciones, nuestra mente pareciera divagar tanto que no nos damos cuenta de que una de nuestras manos está a 5 cm de coger la mano de otro o que nuestros cuellos están a un empujón de recibir un beso inesperado. Y así vivimos, intimando con pequeños roces de nuestras rodillas en los asientos del bus, coqueteando con las caderas en los bancos de los parques, tomando descansos en la espalda de alguien en el metro, combatiendo la soledad al tocar los dedos de otro en el pasamanos del cole, museo, comedor, trabajo (inserte aquí su incidencia). 
Pero el encantamiento se va, se rompe la burbuja, tomamos conciencia y retorna la paranoia, el desespero, la humanidad. Y con un espasmo que retuerce regresamos a nuestro sitio, raudos, esperando que pase el mal rato, la incomodidad; se dispara la hipersensibilidad, nos llega nítido el olor al perfume que nuestro acompañante utiliza en exceso, atisbamos la uña, un poco más grande que las otras, que pasea sin vergüenza. Nos alcanza el aliento de cuatro tazas de café y tres cigarrillos, hacemos zoom de la lagaña que se alberga en su lagrimal derecho, y la ceja mal depilada, el bigote creciente, el lunar raro de la herencia, el calce de la muela de juicio que no se alcanzó a operar de emergencia… no se nos escapa una. 
Cuando llega la huida, zafamos victoriosos, un respiro largo y a seguir por el camino seguro.
Eso sí, a la vuelta de la esquina nos espera el próximo ensimismamiento, en el que los cuerpos inconscientes y traviesos se volverán a encontrar.