El dolor de un país

Qué duro salir a la calle hoy y pensar en todo lo que en estos días viene pasando, qué duro abrir las redes y ver los mensajes de odio, ...


Qué duro salir a la calle hoy y pensar en todo lo que en estos días viene pasando, qué duro abrir las redes y ver los mensajes de odio, de distintos tipos, odiando lo pactado, odiando lo que pudo ser, odiando a otros, no nos damos cuenta de que lo que espetamos sin pensar, deja marca y lastima, nos daña y nos hunde. Para mí no hay nada más fuerte que la palabra, y aunque muchas veces he abusado de ella, el aprendizaje que me ha quedado es que debemos analizar antes de gritar desde el dolor y el odio.
Creo que lo más doloroso de esto es ver nuestro entorno y darnos cuenta de que en un país con 17 millones de habitantes, estamos más solos que nunca. Solos porque permitimos que nuestras diferencias y opiniones sean el catalizador de resentimiento, solos porque frente al conflicto nos señalamos y olvidamos que somos ecuatorianos y que, aunque hayamos nacido en distintas condiciones, nos une el suelo que pisamos. 
Hoy nos duele mucho nuestro país, nos duelen los daños, la violencia, nos duelen las decisiones y la impotencia, pero no olvidemos que el dolor es energía y es oportunidad, nos incomoda y nos obliga a ponernos de pie, a agarrarnos la cabeza y a pensar; el dolor nos recuerda que estamos vivos y que vivos podemos lograr cosas, porque no hay nada peor que estar aquí y dedicarnos a estar muertos cada día. Sea cual sea el dolor que toda esta travesía nos ha dejado, no lo desperdiciemos en palabras lastimeras y en defender argumentos que no suman.
Y no, esto no es cuestión de irnos del país para sentirnos libres, ni de huir para dejar atrás tanto conflicto, conflicto hay en todos lados, solo que un conflicto ajeno es siempre más atractivo que el propio. Si nos vamos hagámoslo para dejar nuestro país en alto, si volvemos, que sea para avanzar y que con nosotros lo haga también el Ecuador. 
Dejemos de creernos superiores porque estamos donde estamos, dejemos de escudarnos detrás del odio injustificado, dejemos de separarnos y trabajemos en encontrar eso por lo que debemos luchar juntos. 


Buenos lunes

Los lunes no son nada fáciles, parece que es el lugar común. Antes no le encontraba mucho sentido a esta afirmación, porque mis lunes e...


Los lunes no son nada fáciles, parece que es el lugar común. Antes no le encontraba mucho sentido a esta afirmación, porque mis lunes empezaban bien, empezaban escuchando la voz de los que amo, llamadas matutinas que, aunque se acompañaban con bostezos, siempre terminaban bien. Empezaban con rides en el carro, con conversaciones de la vida, con el programa de fútbol popular de fondo. Mis lunes comenzaban bien.
Hace un tiempo que tengo lunes distintos y es raro, hace un tiempo que todo es un poco raro de hecho, mucho ha cambiado en poco y eso es raro.
Pero ahora entiendo que los lunes estén tan estigmatizados, porque ando viviendo en lunes raros todos los días. Yo extraño los lunes que ya no tengo, pero creo que en realidad lo que yo tenía era lo extraño.
Nos levantamos los lunes y pensamos en lo rápido que se acabó el fin de semana, tal vez deberíamos levantarnos a pensar en lo que tenemos, en lo genial que es empezar otra semana hablando con los que amamos; quizás los lunes deberían ser el reseteo de lo malo de la semana anterior, cada lunes que se sume lo nuevo más lo viejo. 
Yo sabía de buenos lunes, los atesoraba, o al menos creo que por un tiempo, lo hice. Agradezco los que tuve, los recuerdo, los lloro de vez en cuando, los saludo desde la almohada, desde algún lugar de mi cama.
Por ahora, en mi intento de simular mis buenos lunes, pienso en el café que me voy a tomar, la nueva rutina de ejercicios, las ganas de irme a algún sitio; nuevo lunes inventados, superficiales pero que abrazan.
Hoy es lunes y estoy aquí, dispuesta, como buena necia, a empezar una nueva aventura. El sabor de los buenos lunes se asoma, pero no se queda, yo ya me he acostumbrado a su estado intermitente.
Duele, pero acostumbra, lastima, pero enseña.
Encuentren sus buenos lunes, que por ahí están, instálense en ellos y vean qué pasa. No digo que se acomoden, ni que se dejen de inquietar, después de todo ¿quién dijo que un buen lunes es uno estacionario? Los buenos lunes también inquietan, llegan a incomodar, angustian para que los recuerdes, dejan marca los malditos, una que sin duda es muy difícil borrar. 

Culpa

Vivimos tirándole la culpa a la vida. Le hablamos a la vida, a una vida en general, que nos hace daño, que de alguna manera se pasa ate...

Ahogarse en problemas

Vivimos tirándole la culpa a la vida. Le hablamos a la vida, a una vida en general, que nos hace daño, que de alguna manera se pasa atetando contra nosotros. La odiamos, la golpeamos, la maldecimos al aire y le pedimos a la misma vida que nos dé un respiro.
Luego, todo sale bien y le agradecemos. Definitivamente somos unos mal llevados con la vida.
Pero es nuestra vida después de todo y los que la formamos somos, sin duda, nosotros. 
Luego traicionamos a la vida, y la rompemos un poco, le hacemos daño pero sabemos que por ahí va a estar, moribunda y cuando nos duele, le gritamos, le recordamos lo mucha mierda que vale y nos volvemos a convencer de que definitivamente nos vive jugando una mala pasada.
Maldita vida.
¿Es realmente la vida la culpable? eso creemos todos, que justificamos los malos ratos inculpando a la pobre. Nos justificamos porque así duele menos, duele menos cuando se puede señalar a alguien, duele menos cuando la cosa parece lejana. Hasta que ya no es lejana, y está aquí cerquita, instalada en tu casa, cuando te mira de frente, a los ojos y te recuerda que no hay vida culpable, o mejor dicho que todo este tiempo creaste este personaje al que le podías trasladar un poco de dolor.
La vida debería venir con advertencias, piensas. Quién sabe, tal vez sí. 
¿a quién quieres engañar? la vida no te hizo olvidar de atarte los zapatos para que te vayas de boca en la mitad de la calle, la vida no te hizo decir cosas lastimeras o hablar de más. ¿por qué “la vida”? y si fue “la vida” ¿la vida de quién?
A pesar de todo, nos seguiremos engañando y culpando a la vida, es cierto. Nos engañaremos hasta no poder más, o hasta que la vida se convierta en lágrimas y nos empape la cara, hasta que nos ahoguemos con la vida y por fin nos demos cuenta de que la vida no era más que otro defensa contra el miedo. Y claro que somos miedosos, pero ese, ya es otro tema.


Morir

Pienso que lo que soy está bien, lo creo y lo defiendo. Luego, me ponen en el mundo y me doy cuenta de que tal vez todo lo que yo creía ...


Pienso que lo que soy está bien, lo creo y lo defiendo. Luego, me ponen en el mundo y me doy cuenta de que tal vez todo lo que yo creía real no es tan real como parece. Pero igual, sigo, voy luchando contra todo, contra algunos conceptos que me quieren infundir, creencias que me niego a aceptar. De todo un poco, va.
Luego apareces tú, por ahí, ye conviertes en mi nueva familia y te acepto, acepto las cosas que me vendes, las ideas, todo. Cosas que pronto se vuelven mías y que sin lugar a duda defiendo, comparto. Muto a ser lo que soy porque entiendo que ahora soy dos y pronto quién sabe cuántos más seremos.
Pero nadie te prepara para esto, nadie te alista para el momento en el que todo se viene abajo. Nadie es tan directo como para decirte que realmente no estamos diseñados para estar completos y que todo el acto que hacemos con otro, es el acto de buscar no estar solos.

Y ahora debo empezar a arrancarte, aunque te tenga tan adentro, aunque me lastime esta y la otra vida, aunque me desangre en el intento. Manejaré esto con la mayor madurez posible, tú eres uno, yo otra y desgraciadamente esto tiene que morir. Hay que matarnos, hay que ser asesinos despiadados, no, no de los que descuartizan poquito a poquito, seamos de los que van al grano, los que sin duda te tajan la yugular, los que van directo al órgano vital.
Ya no tengo tiempo, no tengo tiempo de ir cortando poco a poco, de meter excusas para matarte, matarnos. Sé que me va destruir, pero la verdad es que I’m too old for this shit.

Voy camino a tu casa, por última vez. 
Llevo lista la morfina para inyectarla, sin piedad, en seguida, justo después de que soltemos las palabras que cortan, de que nos mandemos las profundas puñaladas. Tal vez tu frialdad ayude a parar el sangrado, quizás tanta sal ayude a desinfectar mis heridas.


Te dejo hoy para irme a morir a otro lado. 

Foreigners

Qué miedo pensar que nunca conoceré tu voz real, que siempre nos quedaremos estancados en este idioma intermedio, global, que pretend...


Qué miedo pensar que nunca conoceré tu voz real, que siempre nos quedaremos estancados en este idioma intermedio, global, que pretende convertir el mundo en una sola masa. ¿Qué pasa si cuando me hablas en ese idioma complejo que te manejas desde la cuna, no me gusta el tono, todavía oculto, de tu original voz? ¿y si no aguanto tus expresiones, o tú las mías? ¿o las condenadas jergas, de las que no me escapo ni estando miles de kilómetros lejos de la madre patria? 
Pero no soy yo sin estos modismos, sin las onomatopeyas, sin las palabras tontas inventadas por la gente que suda mares en mi país natal, no soy yo sin las muletillas, sin las cosas que no comprende nadie más que mis semejantes allá a lo lejos. 
Y si no soy yo, y tú, evidentemente, no eres tú, entonces ¿quiénes somos?
Somos dos, somos cuatro.
Te dejo solo en la sala, me asomo desde la cocina y ahí está ese otro, lo veo mover las manos de manera irregular, cogerse el pelo, mover los labios, parlotear algo incomprensible. Carismático, muestra más los dientes que tú y con aparente ahínco. Vuelvo la mirada a lo que me compete y haciendo como si nada hubiese pasado camino hacia él. Te encuentro a ti y tu a mí, no hay rastro de quien sea que atisbé desde la puerta de la cocina. 
Ayer al pernoctar soñé con él y me levanté empapada. Me desperté junto a ti, pero al verte soñar lo vi a él, a los dos, por fin juntos: tu nariz larga, irregular, ese remolino de barba, las cejas infinitas y los labios diminutos. Su ceño fruncido y sus ronquidos, que claro está, sonaban a esa lengua que tanto nos separa.
Lo sentí a él abrir los ojos, hiciste en seguida el ademán de hablar, pero antes de que tú pudieras salir, le tapé con un dedo la boca.
Te sentí enojado esta mañana, sabías que había estado con él esa noche, nos besamos a secas y entre uno o dos comentarios nos despedimos para empezar la faena. Ambos celosos de nosotros mismos volvimos a la realidad, a esas palabras ajenas que no nos dejan ser. ¿Cómo pelear, gritarte y mandarte a la punta de un cuerno, si tal vez no sepas de qué cuerno hablo o tal vez ni logres entender de qué va tanto griterío? 
Una noche, dos, tres, esto se va haciendo costumbre, a regañadientes, del otro lado ya aprendimos a lidiar. Como desesperados esperamos a las madrugadas para dejarnos llevar. Gritos, susurros, gemidos en varias lenguas y sin darnos cuenta empezamos a entender y descifrar dialecto, todo se comienza a mezclar. 
Tal vez algún día llegaremos a ser solo los dos, pero por ahora tocará encontrarnos a escondidas, a la hora en la que todos callan, esa que nosotros escogimos para empezar a hablar entre las sábanas.

Mantis

Te devoro deprisa, sabes a canela añeja de la alacena de mi mamá. Mientras te saboreo, me apena un poco pensar que te acabaste tan ráp...


Te devoro deprisa, sabes a canela añeja de la alacena de mi mamá.
Mientras te saboreo, me apena un poco pensar que te acabaste tan rápido. Pero en la mitad del pensamiento recibo un mensaje; ya está en camino mi siguiente cita, otra cosita dulce para completar. Después de todo, a pesar de las facilidades, es difícil saciarse en pleno siglo XXI. 

Puñaladas

Estábamos en la mitad de un beso cuando sentí la primera punzada, fue débil, pero dolía; esa primera puñalada me la diste en un luga...



Estábamos en la mitad de un beso cuando sentí la primera punzada, fue débil, pero dolía; esa primera puñalada me la diste en un lugar sensible, pero no mortal. Te vi irte tranquilo esa noche, mientras agarraba con mis manos el punto exacto del incidente para evitar el sangrado. Luego fui yo, que por distraída, más que por cualquier otra cosa, clavé mi puñal suave en tu muñeca, gritaste con fuerza, y con expresión horrorizada de tristeza; los dos supimos que esta sí que dejaría una fea marca. 

Sanamos juntos, y nos íbamos parchando, día a día, semana a semana. 

Luego las diminutas manchas de sangre fueron demasiadas, ya me era imposible disimular el dolor. Intentaba esbozar una sonrisa débil frente a lo otros, pero las heridas habían empezado a derramar más sangre de la esperada. 
La puñalada de ayer fue más profunda que las otras, y supe que se demoraría en sanar.
Poco a poco me iba desangrando y lo sabía, pero ya me había acostumbrado al dolor diario en pequeñas dosis y justo había descubierto el detergente perfecto para quitar las manchas de sangre que quedaban en toda mi ropa.
Así vivimos, sabiendo que amarnos sería esto, fuimos guardando botiquines de emergencia en cada rincón de nuestras vidas, listos para seguir disfrutando del dolor de estar juntos, porque a pesar de todo siempre estamos seguros de querer seguir juntos.
Si de vez en cuando la falta de sangre en nuestros cuerpos nos afecta y nos levantamos con ánimos de nada, nos llenamos de besos para recargarnos y continuamos con el día a día.
Desarrollamos, ilusos, un gusto por el dolor, por este placer extraño en el que buscamos exactamente lo que nos hace daño. Tal vez con ganas de sentirnos más vivos, o queriendo probarnos que podemos resistirlo; amamos el dolor que nos dejan los amantes, los que se quedan, los pasajeros, los de turno, todos.

Estamos ahora en la mitad de un beso áspero y nos iremos a la cama esperando que mañana se suavicen los labios. Y así cuidadosos hasta el final de los finales, aprenderemos a sangrar en pequeñas cantidades. A no ser que uno de los dos escoja el camino duro y se deje morir, acumulando las heridas hasta no poder más. Un asesinato, o un suicidio, da igual.
Huyendo sin saber que se camina directamente hacia otro dolor, una nueva adicción. Y así, hasta el final de lo tiempos.